La explicación nos la da el perro de Pauvlov. Este famoso médico ruso, galardonado con el premio Nobel de Medicina en 1904, demostró que los reflejos viscelares del sistema nervioso autónomo (involuntario) podían ser iniciados por un estímulo externo. El Dr. Iván Pavlov ofrecía carne a los perros, pero antes tocaba una campana. Después de un tiempo de repetir esto una y otra vez, los perros llegaban a salivar solo de oír la campana, sin enseñarles la comida. A esto se le llamó “reflejo condicionado”.
El sonido del agua funciona como la campana en el perro de Pavlov. Asociamos al sonido de la orina, de tirar la cadena o de lavarnos las manos con el acto de orinar. Esto hace que se relaje involuntariamente el esfínter interno de la orina (controlado por el sistema nervioso autónomo) y se desencadene el reflejo de la micción.
El reflejo condicionado iniciado por el sonido del agua puede ser útil si lo que pretendemos es orinar en ese momento. Por eso a veces abrimos el grifo para que un niño pequeño orine, o lo hacen los pacientes prostáticos con dificultad para comenzar a orinar. Incluso en los años 70 en Nueva York algunos urólogos daban a sus pacientes de próstata un casette con ruido de agua corriendo.
Pero no siempre este reflejo es beneficioso. Si el sonido del agua nos desencadena el deseo de orinar en un momento poco oportuno, puede llegar a a ser bastante molesto… Menos mal que todavía tenemos el esfínter externo, de control voluntario, y con el cual podemos evitar el escape de orina.
El mismo mecanismo del reflejo condicionado también nos ocurre a veces cuando estamos abriendo la puerta de casa, o subiendo las escaleras, y en ese momento nos entran unas ganas terribles de orinar. Estamos asociando la llegada a casa con tener un baño cercano y disponible.
Ahora ya tenéis la respuesta a la pregunta que planteaba al principio. El perro de Pavlov y la campanita lo explica todo.
Deja un comentario