La cirugía laparoscópica consiste en llenar la cavidad abdominal de gas (CO2) y realizar la intervención con unos instrumentos largos que se manejan desde el exterior. El instrumental se introduce por unos orificios en la piel llamados “puertos” e incluye una cámara, un aspirador, unas pinzas, unas tijeras, un disector, una clipadora o un portaagujas.
Las ventajas de la cirugía laparoscópica son múltiples debido a su carácter mínimamente invasivo. Al no haber una incisión larga en la piel disminuyen mucho las complicaciones típicas de las heridas como seromas, infecciones o hernias. El intestino no se expone a la temperatura ambiente del exterior y la recuperación del tránsito intestinal es más rápida en el postoperatorio. La cirugía se realiza viendo la imagen magnificada en una pantalla, con lo que la disección y coagulación de los tejidos es más meticulosa y el sangrado intraoperatorio mucho menor. El dolor en los días siguientes a la intervención se reduce mucho y la recuperación general es más rápida, pudiendo reducirse la estancia hospitalaria a tan solo 2-3 días tras la cirugía.
La cirugía laparoscópica es ampliamente utilizada en Cirugía General, en Ginecología y en Urología. En el caso de la Urología los procedimientos que más frecuentemente se realizan por laparoscopia son la extirpación del riñón o de un trozo de riñón (nefrectomía total o parcial) y la extirpación de la próstata por cáncer (prostatectomía radical). Otras intervenciones que también pueden llevarse a cabo por laparoscopia son la extirpación de quistes renales o de divertículos en la vejiga, la extracción de cálculos urinarios (pielolitotomia o ureterolitotomía), la reconstrucción de una estrechez en la vía urinaria (pieloplastia), el reimplante de un uréter en la vejiga, o incluso en algunos casos la extirpación total de la vejiga (cistectomía radical).
En definitiva, la cirugía laparoscópica ha sido un gran avance en el mundo de la cirugía en los últimos 20 años, siempre evolucionando hacia procedimientos cada vez menos invasivos.
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